Respondió Jesús: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí”. Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres Rey?”
Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.» Jn. 18, 33b- 37
Jesucristo Rey de Reyes... Pero en realidad ¿Rey de qué?
Cuando se nos habla de Reyes o Reinas imaginamos una suerte de vida y derechos nobles increíbles. Dinero, joyas, propiedades, autoridad, muy pero muy buena vida, reconocimiento, comodidad, libertad (libertinaje), entre muchas cosas.
Pero cuando leemos la Palabra de Dios, y vemos la vida y obras de este Rey, hay un choque desastrozo ente ello y lo que conocemos. Este Rey no tiene riquezas materiales: pero si un reino pleno de libertad, amor, compasión, misericordia y perdón. No tiene corona de diamantes, ni perlas, ni piedras finas: sino de espinas punzantes y desgarradoras. No tiene vestidos finos y costosos: vino desnudo y se fue desnudo. No tiene poder político: es un perseguido político, por declarar la dignidad humana, la igualdad, la tolerancia... Y comparando podríamos pasar todo el día.
Este Rey de Reyes que es Jesús y que todos celebramos litúrgicamente su coronación al volver a los brazos de su Padre luego de cumplir su misión, y vemos en estampas con cetro y corona poderoso, a punto de bajar el brazo para el cumplimiento del Apocalipsis, no es más que el mismo Rey mendigo y pobre de los evangelios, cuya riqueza está en dar hasta la última gota de su sangre por la libertad mental, física y espiritual de todos los seres creados.
El mismo lo dice: Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.»
Que este día comprendamos el valor de su reinado e imitémosle, no buscando las seguridades de esta vida, porque cuando se van, solo queda la tristeza que no se ahoga con nada solo con la consolación que brota de su amado corazón. Que sólo pongamos nuestra fe, esperanzas y confianzas en este Rey y no en los de este mundo, que no les intereza nuestra dignidad ni libertad verdaderas, solo ganarse un puesto en nuestras vidas desde donde nos puedan robar la capacidad de ser nosotros mismos.
¡Alabado sea Jesucristo!
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